octubre 9, 2024

LUIS F. Sánchez

LF.ORG.MX

Bitácora || La seducción del debate electoral televisivo

En una democracia ideal, las diferentes opciones políticas presentan sus propuestas de gobierno, se debaten las mismas con el objetivo de elegir ‘la mejor’ opción. En una democracia electoral, mediática, y ante todo, visual, un debate televisivo no busca generar ‘la mejor’ propuesta, sino ganar adeptos, persuadir a los electores. Los candidatos se apoyan de todos los recursos a su alcance para convencer a los diversos auditorios.

El debate televisivo es una puesta en escena, una representación simbólica de una lucha por el poder entre las diversas fuerzas políticas. Una lucha que se encarna (o personaliza) en los líderes políticos. Las candidaturas representan algo más que meras personas, significan un conjunto de creencias, deseos y aspiraciones asociadas al líder político. En esta puesta en escena, rigurosamente planeada, se puede ver el enfrentamiento entre diferentes formas de percibir una situación política-económica y social en una entidad política.

Ya en el caso específico, los mexicanos nos enteramos de cómo se había planificado la escena: el lugar en el que se enfrentarían los candidatos, los atriles, el número de cámaras, los encuadres, la hora, y lo permitido.

Afirmar que los electores esperan solamente un intercambio de propuestas, es incorrecto. Una vez que se ‘segmentan’ se puede decir que los partidarios o simpatizantes de una determinada opción política quieren ver a su líder fuerte, tanto en lo verbal (en sus planteamientos) como en lo visual (en la imagen). Que proyecte seguridad, confianza, capacidad, determinación. Quieren que ‘acabe’ con las otras opciones políticas. Esto no significa necesariamente que sea la mejor propuesta. El debate electoral televisivo busca ante todo persuadir a los electores, y reforzar las posturas de los seguidores.

Se pretende convencer a los votantes independientes, a los indecisos o indefinidos, a los escasamente informados e interesados en las campañas. Lo cual implica ya una dificultad nada desdeñable. Significa conocer muy bien a dichos electores potenciales. Algunos votarán el día de la elección, y otros tal vez decidan no hacerlo.

En el debate electoral televisado entre los candidatos a la presidencia de la República de México, fue posible observar casi todos los recursos (y estereotipos) utilizados por los candidatos y la candidata. En un debate televisado se busca vencer al adversario, no se busca generar o producir la mejor propuesta. Los candidatos se valieron de distintas estrategias. En lo visual, por ejemplo, se eligió el mejor vestuario, peinado, o corte de cabello, de modo que subrayara sus mejores atributos, cuestión de imagen. Todos tenían roles definidos. También Guadalupe Juárez, la moderadora del encuentro. Tal vez por esto los políticos (incluidos los consejeros del IFE) no se perdonan a ellos mismos que la noche, o mejor dicho, buena parte de los reflectores de los medios, se los haya llevado Julia Orayen, que fungió como edecán, después de Gabriel Quadri.

Muchos se dicen sorprendidos o decepcionados por la estrategia elegida por los candidatos. No pocos medios reprocharon el camino elegido por aquéllos. Por privilegiar el conflicto. Uno de los candidatos (y sus asesores) decidió (o mejor dicho, decidieron) que lo mejor era tomar una estrategia defensiva, y contraatacar a las agresiones. Por lo menos no se perdería lo ya ganado. Los otros decidieron debilitar la imagen del candidato puntero, ya en su desempeño de gobierno, sus amistades, o relaciones con otras organizaciones o empresas, entre otros recursos. Los cuatro candidatos buscaron desprestigiar la imagen de sus adversarios. Pero sólo uno se fue ‘limpio’ porque electoralmente no había qué quitarle. Porque no ‘valía la pena’ ocuparse de un candidato insignificante en términos de preferencias electorales.

Muchos tal vez esperaban un ejercicio discursivo excepcional (romántico a mi parecer) de lo que significa e implica una democracia ideal. Sin considerar que en la realidad, en esta democracia electoral, los candidatos tenían que expresarse, prácticamente, en la misma lógica de los spots publicitarios. Siguiendo la lógica de los medios comerciales, y las reglas que los políticos mismos decidieron.

Esto implica que las estrategias discursivas no podían (ni pueden) ser demasiado complejas (por ejemplo, dignas de una tesis de maestría o doctoral), el tiempo no da para ello. Además el elector no elige únicamente a partir de cuestiones meramente racionales, sino emocionales. Quienes critican a los candidatos por no ser excepcionales en cuanto a ofrecer un discurso racional, se equivocan. Un buen orador conoce a su auditorio, sabe lo que quiere, y sabe cómo decírselo. Lo seduce. Tal vez tampoco en ello hicieron lo que les tocaba, salvo uno. Y su propuesta política es muy pobre.

A quienes señalan que no hubo debate entre los candidatos, puedo darles la razón en un punto. El verdadero debate no está en el llevado a cabo entre los líderes políticos en la televisión, sino en el efectuado por los electores que presenciaron el enfrentamiento. Ese que se está realizando en este momento por seguidores, independientes, e indefinidos, por los líderes de opinión, en el sentido de Lazarsfeld. Todos éstos buscan mejores recursos (unos más, otros menos) para convencer sobre la mejor propuesta.

Publicado originalmente en blog.videopolítica.com (8/mayo/2012)

http://blog.videopolitica.com/2012/05/08/la-seduccion-del-debate-electoral-televisivo/