En una democracia ideal las diferentes opciones políticas presentan sus propuestas de gobierno, se debaten con el objetivo de elegir ‘la mejor’ opción. En una democracia electoral, mediática, y ante todo, visual, un debate televisivo no busca generar ‘la mejor’ propuesta, sino ganar adeptos, persuadir a los electores. Los candidatos se apoyan de todos los recursos a su alcance para convencer a los diversos auditorios.
El debate televisivo es una puesta en escena, una representación simbólica de una lucha por el poder entre las diversas fuerzas políticas. Una lucha que se encarna (o personaliza) en los líderes políticos. Las candidaturas representan algo más que meras personas, significan un conjunto de creencias, deseos y aspiraciones asociadas al líder político. En esta puesta en escena, rigurosamente planeada, se puede ver el enfrentamiento entre diferentes formas de percibir una situación política-económica y social en una entidad política.
Afirmar que los electores esperan solamente un intercambio de propuestas, es incorrecto. Quienes se asumen partidarios o simpatizantes de una determinada opción política quieren ver a su líder fuerte, tanto en lo verbal (en sus planteamientos) como en lo visual (en la imagen). Que proyecte seguridad, confianza, capacidad y determinación. Quieren que ‘acabe’ con las otras opciones políticas. Esto no significa necesariamente que sea la mejor propuesta. El debate electoral televisivo busca ante todo persuadir a los electores y reforzar las posturas de los seguidores.
Se pretende convencer a los votantes independientes, a los indecisos o indefinidos, a los escasamente informados e interesados en las campañas. Lo cual implica ya una dificultad nada desdeñable. Significa conocer muy bien a dichos electores potenciales. Algunos votarán el día de la elección y otros tal vez decidan no hacerlo.
En un debate televisado se busca vencer al adversario, no se busca generar o producir la mejor propuesta. Los candidatos se valen de distintas estrategias. Por ejemplo, el mejor vestuario, peinado o corte de cabello, de modo que subrayen los mejores atributos del candidato. Todos definen roles o papeles (o al menos, deben hacerlo).
Muchos tal vez esperan un ejercicio discursivo excepcional (romántico a mi parecer) de lo que significa e implica una democracia ideal. Sin considerar que en la realidad, en esta democracia electoral, los candidatos tienen que expresarse, prácticamente, en la misma lógica de los spots publicitarios. Siguiendo la lógica de los medios comerciales, y las reglas que los políticos mismos decidieron.
Esto implica que las estrategias discursivas no deben (ni pueden) ser demasiado complejas (por ejemplo, dignas de una tesis de maestría o doctoral), el tiempo no da para ello. Además el elector no elige únicamente a partir de cuestiones meramente racionales sino emocionales. Quienes critican a los candidatos por no ser excepcionales en cuanto a ofrecer un discurso racional, se equivocan. Un buen orador conoce a su auditorio, sabe lo que quiere y sabe cómo decírselo. Lo seduce.
El verdadero debate no está en el llevado a cabo entre los líderes políticos en la televisión, sino en el efectuado por los electores que presencian el enfrentamiento.
Tal vez los candidatos no debatan realmente, como dicen. Esto no significa que los electores no lo hagan. Esto es, que busquen los mejores recursos (unos más, otros menos) para convencer sobre la mejor propuesta.
«Quienes critican a los candidatos por no ser excepcionales en cuanto a ofrecer un discurso racional, se equivocan. Un buen orador conoce a su auditorio, sabe lo que quiere y sabe cómo decírselo. Lo seduce».
Pero entonces, ¿Por qué hay un público que no es seducido por los buenos oradores, el que pide propuestas racionales, a ese público, ¿Cómo se deben dirigir para seducirlo, con propuestas racionales? Tengo la impresión de que ese sector no les interesa, total, su voto es minoría, ¿Me equivoco?